Un diablo se sienta en la trompa de un auto. La noche le acaricia la roja espalda surcada de símbolos
y bajorelieves siniestros, y la leve brisa nocturna flota cálida a su alrededor
como un hálito infernal. Mastica chocolate, que va
mordiendo de una barra envuelta en un papel plástico color violeta claro.
Tiene los ojos amarillos, pero no destellan luz como los del gato, son
opacos y densos, como un pantano contaminado lleno de podredumbre
burbujeante. La madrugada reina en el aire oscuro. La gente simula dormir, vos pensabas
salir, pero este ser se posó en el frente de tu auto impidiéndote salir. Es horrible,
de piel color rojo oscuro, casi bordó, marcas negras como tatuajes que versan preludios de
magia negra grabados en los brazos, el cuello, la cara. Dos incipientes cuernos
asomaban amenazadores.
Yo me acerco con un bate de béisbol y le parto el cráneo en dos al maldito
bastardo. No voy a permitir que arruine la salida; ya puse doscientos mangos
para la birra. Aparte iba a estar Maira, que me cae súper bien. Tal vez yo
también le agrade, a pesar de mis cuarenta años, tres hijos que solo me ven
para pedirme plata, ah y todas esas causas penales.
Pateo el cuerpo inerte a un costado de la calle. La barrita de chocolate
quedó a un costado, a medio terminar. Una pena, parece buen chocolate. De su
cabeza partida sale humo negro y sesos húmedos, violáceos. No debió ponerse en
nuestro camino, no?
-¿No?- te repito. –No me estas escuchando -. Te veo quieto, con las manos pegadas al
volante, los ojos como dos huevos duros. Una gota de sudor se precipita desde
tu frente hasta el cuello, queriendo suicidarse. No soporta la presión, la
tensión de la noche que huele a azufre y asesinato. Miras adelante, a mí, que
estoy ahora sentado en el asiento de acompañante con un bate chamuscado junto a
una pierna, y de nuevo al frente. –Arranca
boludo -. Te grito. No me estás entendiendo, y me vas a hacer enojar. La
puta madre, estos pibes blanditos no se bancan una. – ¡Dale, che! que está Maira, y ya pagué el alcohol-.
El auto arranca con un ruido atascado y un andar nervioso, igual que quien lo maneja. Yo saco la cabeza por la ventanilla para sentir un poco de aire y escupo el cuerpo que dejamos atrás. La noche promete, pueden pasar cosas buenas, pero hay que andar con cuidado, y dormirse, nunca.
(Cuento extraído de "Cuentos de Terror", Cristian Rovere, 2014, ©)
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