Casi nada, práctico
y solemne, muero al sentir el acero rápido del atravesar un día como el
anterior sin sal, sin sazón ni pimienta ni el fuego sagrado que puede
catapultarme al espacio o disolver mi cuerpo entre el agua en una ráfaga de
furia etérea, animal y a la vez sobrenatural. Lo social nos atascó
impúdicamente, y de lo suave solo sentimos el calor y la brisa enamorada de los
sueños que no alcanzamos a recordar a la mañana. Poder dominar el tiempo de
sueño y de vigilia, poder estrujar el alma y alimentarse de la fortaleza
inmortal que mana del polvo de estrella del que se compone el cuerpo inmaterial
de nuestra vitalidad, ese poder es posibilidad pero lejana en este siglo que
muestra al humano cada vez más herido. Si Federico nos vio en el lecho de la
desgracia y se avergonzó, si vio que estábamos heridos y arrastrándonos,
aferrándonos a la fe y a la irresponsabilidad del día perdido y la vida
venidera, hoy siento que nos dejaron en coma, desangrándonos pero lentamente,
como por una pérdida ínfima que se cuela silbando bajito, sin dolor, nos
dejaron entre un punto y coma, entre paréntesis, solo esperando el olvido.
Soy negativo?
Siento la herida. El
dolor es gracioso, en algún punto. También es trágico, y por ello hermoso.
El blues. Nada más
grafico que el blues. El hombre nace, pasa un tiempo, sufre, y hace blues. Si
su mirada traspasa la luna, su blues nos llevará ida y vuelta a los confines de
las estrellas y a la vez a los rincones más suaves y oscuros del cuerpo
inmaterial, el cuerpo que sabe, el cuerpo que fue, que vino, que vuelve.
Saludos,
Cristian Rovere
(Relato extraído de "Relatos Cortos y Despiadados", Cristian Rovere, 2014, ©)
No hay comentarios:
Publicar un comentario