Comparto un segmento de mi primer novela (aún sin finalizar), mi primer gran proyecto, este sobre dos sujetos que se han cruzado durante alguna época de su vida, y pasado el tiempo sienten una extraña influencia del uno sobre el otro, sienten el misterio entre los dos cuerpos.
Aquí una confesión clave de N. Para que se imaginen el comienzo y los conflictos. Espero poder terminarla algún día, pero mientras tanto, comparto algo para el que le interese.
El Espacio entre A y B
(fragmento)
N. Soberana, autentica, la noche
se asienta sobre el piano arrepentido que tocaba Bill Evans mientras yo miraba
el cielo oscurecer y sentía algo de hambre. Ya no quiero tirarme por la
ventana, pero siempre una extraña fuerza me tira hacia el borde (hacia
cualquier tipo de borde), una especie de imantada curiosidad con el limite de
la pared y el peligro real de caer, no solo una idea de la frontera
intelectual, sino sentir el aire en la cara y el vértigo en la boca del estómago
cuando miro para abajo y calculo que la caída realmente acabaría con mi vida.
Ya no intento suicidar esta sensación desastrosa, pero la recuerdo, tan grabada
en mis días que son mi cuerpo que es el mapa de mi vida, es el motor de mis
días, es el reflejo de lo que pasa todo el tiempo, es el vehículo de esta
película emancipada de toda seriedad, esta escena simbióticamente grotesca y
subnormal, subterránea, submarinamente divertida, como Life’s Acuatic, que siempre me pareció que su traducción bien podía
ser “la vida es acuática”.
Estoy mejor pero siento que
alguien me invade, alguien interviene en el guion. Me están escribiendo de algún
otro lado cosas que yo no puse en este papel, me están susurrando cosas al oído,
pero me voy vuelta y no encuentro a nadie. El que me susurra existió en el
pasado, el que me dicta es un día de enero de 1993 que apenas puedo recordar, la
que interviene mi relato de esta noche es esa clase de Lengua de 2005, en que la profesora, esa chica joven
y de buena voluntad que nos leía Cortázar y Bioy Casares, me preguntó si me
pasaba algo y yo le dije que no y acto seguido me puse a llorar sin decirle
nada, mientras sentía que alguien desde la otra punta del aula me miraba sin
entender.
La coincidencia, contrariamente a
lo que se entiende como casualidad, suerte, cosa del destino, como dice la
gente, el gato negro, pasar bajo una escalera o el espejo roto, mal de ojo,
todas esas excusas para no reconocer un curso de las cosas, no tomar
responsabilidad por la fatalidad de la acción, lo irreversible de el acto, el
tiempo que se come el momento y lo convierte en pasado que no es nada pero esta
latente en todo, un punto súbitamente coincide sobre otro, se encuentran, se
influyen, se transforman y continúan sus caminos ahora atados a esa
determinación que fue su encuentro. Ahora lo se, ahora lo entiendo, todo es circunstancia,
todo es estar en el momento en que los puntos chocan y se multiplican, un A
choca con un B y se convierte en miles de cosas, en millones de pedacitos de
letra con los que el viento de ese momento y los caprichos de la historia pueden
convertir en muchísimas cosas, en tantas otras coincidencias de nuevas letras
que se encuentran y forman palabras nuevas, desconocidas, que no figuran en el diccionario
de la Real Academia Española, que aún no tienen significado. Coincidir, nada más
concreto, nada más exacto que la coincidencia de dos puntos encaminados, de dos
objetos que tenían una trayectoria en común y que la inminencia del movimiento puso
en confrontación haciéndolos chocar. Así revivo mi silencio bajo esta
concepción, así recompongo mi identidad colectiva, porque de alguna manera conocer
la coincidencia me da cierta idea de las cosas y ya no tengo tanto miedo.
(Fragmento extraído de "El Espacio Entre A y B", Novela inedita, inconclusa. Cristian Rovere, 2014, ©)
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