jueves, 15 de mayo de 2014

Callejon sin Salida - Primera parte - Antes del Comienzo, sueño


Primera parte
Antes del comienzo, sueño.

…entonces salí del ascensor y entré en el hall, y todo era luminoso y moderno como uno se imagina que es Japón o Dubai, mostraba un aspecto futurista sobre todo en los detalles de las señalizaciones o los botones, todo matizado con muchos colores plateados y celestes y algunos tonos de verde, también vidrios y plásticos transparentes con detalles en gris. Había un montón de marcas, luces y señas que indicaban a la gente por donde debía caminar si iba a cuentas a pagar, por donde si quería ir a atención al proveedor, por donde para retirar pagos, el correo interno, las oficinas, luces y carteles digitales por todos lados, para que la gente no perdiese tiempo en ir de un lugar a otro deambulando por ahí.

El hall del subsuelo del centro de atención de Telefónica S.A. estaba ubicado en el piso -15 bajo el nivel del mar, pero a pesar de estar tantos metros bajo tierra era muy luminoso, agradablemente luminoso, como si estuviese alumbrado con luz natural del sol. Sin embargo sabía que el sol estaba muy, pero muy lejos, aunque no tenía forma de saberlo me sentía en una profundidad restringida, privado de mi libertad, lo cual me inquietaba, generándome un nerviosismo inconsciente que me apuraba. Tenía que entregar lo que sea que tenía que entregar, y rápido, creo que era una factura o una documentación confidencial que tenía que presentar a una persona en una oficina que debía estar por ahí cerca.

Las luces y el movimiento mecánico de las personas me daba la sensación de que aquello era una máquina que latía, pero también lo sentía falso, simulado, forzado, como una fachada de algo más grande que se estaba cocinando tras bastidores. Seguí caminando con paso acelerado.

No recuerdo exactamente como llegue a la ventanilla, porque mi atención estaba tan dispersa en los detalles del entorno que prácticamente mi cuerpo se “manejaba solo”, caminaba como si supiera a donde tenía que ir y cuál era el camino más rápido, esquivando gente a una velocidad inesperada, cada paso era una estocada mortal a una carrera en contra del tiempo, pero en realidad nadie me corría, así que no sé porque tanto apuro. Igualmente el cuerpo iba solo y yo no tenía que hacer nada así que me seguí dedicando a mirar a mi alrededor, pero no descaradamente, sino más bien con disimulo porque el resto de los trabajadores y personas que estaban ahí haciendo cosas muy seriamente no tenían cara amigable y no me daba confianza andar boludeando por ahí con cara de nene de dos años que se fascina con cualquier pavada.

Curva, contra curva, pasillo al fondo, segunda puerta, mostrador de vidrio, todo un laberinto recorrido con la comodidad de alguien que pasea por el patio trasero de su casa en pijama un domingo a la mañana, alguien que conociese aquel recinto como si lo hubiese diseñado él mismo.

Llego a la ventanilla de entrega de documentación y me doy cuenta de que la persona que me atiende no tiene cara. Sí, es raro, pero como que estaba concentrado en otras cosas y mi atención flotaba por ahí, sin límites ni fronteras, entonces todos los detalles están dispersos y mi memoria hace aguas en algunas cosas cuando trato de recordar, y otras las recuerda como si hubiese nacido dentro de ellas. Pero en un momento, cuando le entrego los papeles, en el cuadro visual están mis manos, los papeles, las manos del personal de telefónica, y esas manos están conectadas por brazos, cubiertos por un traje gris azulado, el cual empiezo a seguir hacia arriba, donde me encuentro con un torso donde asoma una camisa blanca y tras de ella un cuello largo. Mi mirada sube por ese cuello largo por un tiempo que parece interminable, y cuando llego a la cara me encuentro con una superficie rosada completamente lisa. No tenía boca, pero igualmente se comunicaba conmigo, me decía de una manera muy seca y mecánica que me recibía la documentación y que ya habíamos terminado. Su frialdad me cortaba así que me di cuenta que ya no tenía que estar ahí. No imagino porque le faltaba la cara a ese señor, pero el tema no era relevante y no me detuve ahí. Ahora quería con urgencia irme de ese subsuelo.

En el Gran Hall hay un montón de ascensores, no los cuento pero hay catorce y son como torres que suben por el costado de la pared principal hasta un techo alto donde continúan después a través del concreto, gusanos reptando por tierra revuelta. Parecen los tubos de un órgano gigante como esos que hay en las iglesias antiguas de Alemania o Italia, y su vaivén es la melodía siniestra que orquesta mi desconcierto pues mientras mi mirada sigue aquel subir y bajar que llena los compases de esta canción me pregunto cuál de aquellos ascensores va a sacarme de acá. El panorama de los catorce tubos cristalinos danzando en las paredes sin esfuerzo me hipnotiza el tiempo suficiente como para darme cuenta de que había algo mal en toda esa escena, y una pesada gota de sudor cae por el costado derecho de mi frente, como siempre que me pasa cuando me pongo nervioso.



La gente sale desesperada pero sin correr, todo el tiempo pasa más y más gente simulando el flujo interminable de una cascada, y yo los miraba circular y me preguntaba lo mismo que se preguntan todas las personas que caminan por las pasarelas de la garganta del diablo: “¿de dónde sale tanta agua?”, y yo los miro emanar de esas capsulas coloridas de una mecanización deliciosa de tan precisa que pienso ¿de dónde sale tanta gente? ¿Todos trabajan acá? ¿Qué cosas hacen? ¿Qué tanto tienen que ir y venir?

Es como si arriba, donde está todo lo real, estuviese una fuente primordial que va formando personas y largándolas a través de estas catorce válvulas que se abren, escupen gente con traje y un trabajo específico, y después vuelven a subir en busca de otro cargamento de trabajadores robóticos, embajadores de la rutina, mensajeros del capital, portadores del germen mortal que contamina toda vida orientada a la libre expresión de la naturaleza. De alguna manera que esa fuente es el sol, porque percibo su calor y siento que está ahí arriba, de donde viene y va la gente. Y yo tengo que salir de acá rápido porque esto está colapsando.

Los tipos y las señoritas caminaban rápidamente, todos de impecables trajes y rostros anónimos dedicándose únicamente a sus asuntos sin notar siquiera que otras personas compartían el paseo por los pisos inferiores de aquella estructura de comunicaciones y conexiones. Yo veo que hay gente que también sube, ponen un código en la parte lateral del ascensor que emite una lucecita roja en señal de aprobación, y así van subiendo hasta que se llena la capacidad del ascensor, que apenas liberan la puerta se cierra automáticamente y sube velozmente hacia arriba.

Trato de subir en algún ascensor pero no conozco el sistema, veo que todos tienen ese código y yo no tengo nada, porque cuando baje no me dieron nada y ahora no sé que hacer. Hay un guarda de seguridad que está parado al lado de cada ascensor vigilando que todos tengan su código, entonces me acerco y le consulto:

-¿Cómo puedo hacer para irme de acá?

-Necesitas el código numérico que te dan arriba para poder bajar. – Me responde de mala manera y sin hacer contacto visual conmigo. Me quedo pensando un segundo, porque a mí no me dieron ningún número al bajar.

-Mire, disculpe que le moleste – digo – pero a mí al bajar no me dieron ningún número, y ahora realmente necesito subir.

-Sin número no puede subir. – me responde aún más secamente que antes, y se dedica a responderle a otra persona que le estaba preguntando algo ignorándome completamente. Me empiezo a poner de muy mal humor.

-¿Y ahora como hago para subir? Porque arriba no me dieron ningún número y yo baje igual.

-Mire, – me dice casi gritando – no sé cómo bajó, porque para bajar tiene que estar registrado y le habilitan un código con el cual usted se maneja en el edificio, pero si no tiene número no va a poder subir. Yo no lo puedo ayudar.

Me quedo perplejo mientras trato de procesar la situación. Claramente no tengo ningún número porque lo recordaría. Y no estoy seguro ni siquiera de como llegue a acá, el acceso al edificio no lo recuerdo en absoluto, casi pareciera que fue en otra vida, no tengo registro alguno de haber entrado a Telefónica, ni siquiera recuerdo que empresa me mandó a realizar el trámite. En silencio miro como las otras personas ponen su número al entrar y la luz controladora marca en rojo la aprobación.

Las personas siguen subiendo y bajando sin parar y yo miro atontado esta rutina. Me desespero enormemente, aprieto las manos hasta que se me ponen rojas, de la impotencia doy pequeños saltitos en el lugar, todos suben y yo no, todos circulan y van a donde quieren ir mientras yo me quedo ahí sin saber qué hacer, nadie me ayuda, nadie nota que estoy acá sin poder salir, quisiera gritar fuerte, quisiera golpear al guardia en la cara y darle patadas, de hecho estoy a punto de hacerlo, no puedo contenerme, y aparte se lo merece, quiero asaltar a cualquier persona que tenga posesión de algún código de salida y usarlo para escapar de ahí. Me agito, respiro con dificultad pero finalmente evito incurrir a la violencia, aunque me quedé sin paciencia y sin ideas.

De repente se abre un ascensor y sale Araceli Gonzalez como salida de un ensueño y rodeada de una ligera aurea de luz, vestida en un trajecito beige claro, inmaculada, y contrastando notablemente con todos los oficinistas de varios matices de gris y azul oscuro. Su presencia imita la calidez y sonoridad del sol y tiene un instantáneo efecto en mi estado de ánimo, suaviza mi estado psicótico y se hace el silencio. Me maravilla el hecho de que tiene veinte años y el pelo corto y peinado en bellas puntitas, llenas de gracia y magia. Me mira con mucha ternura cuando la puerta se abre, pero solo un segundo, casi compadeciéndose de mí, pero en secreto, como si fuese algo que solo ella supiera, y después sigue su camino pasando a mi lado  mirando al frente y se pierde entre la gente.



El tiempo se detiene mientras retengo en mi pecho los efectos de aquella mirada llena de esperanza y sosiego. Trato de seguirla para retenerla a mi lado, para abrazarla y no soltarla jamás, pero mis pies parecen dos bolas de cemento, estoy paralizado y no puedo moverme. Pienso instantáneamente que fui testigo del paso de una diosa venida de otros lados muy lejanos al resto de los mortales, un ángel que se pasea delicadamente entre los cuerpos esquivándolos, y me regaló a mí la dicha de su presencia en un momento de desesperación y debilidad. Con esta última gota de agua milagrosa en este desierto atrapante me resuelvo a buscar la salida como sea.

En ese mismo ascensor, mientras va subiendo gente, veo subir también Vijivisky. Yo lo conocía de otro trabajo, pero el después se fue. Salto de la sorpresa y le hago señas, a ver si me puede ayudar para poder subir, pero para mi sorpresa el señor se queda quieto y no se da por enterado, simplemente me mira y sonríe con malicia, en silencio, y la puerta se va cerrando hasta que lo último que veo son esos ojos celestes llenos de hijaputez que se burlan de mí y de mi situación. La puerta se cierra, la capsula sube y vuelvo a quedar solo.

Me vuelvo a desesperar frente a semejante muestra de maldad, no puedo entender como la gente no puede intentar levantar a alguien cuando esta caído, solo buscan aprovecharse de eso y no molestarse por otra cosa que no sea su propio beneficio. Empiezo a dar vueltas nerviosamente de un lado a otro a ver si puedo encontrar ayuda, alguien a quien consultarle por el código, el maldito número o alguna escalera para poder subir de alguna manera. Sigo con la mirada todas las paredes cual ciego en la oscuridad y no diviso ninguna salida de emergencia ni puerta lateral que dirija a una escalera para poder subir manualmente. Estamos tan abajo que no hay otra forma de ascender, pues el edificio es un sistema tan perfecto que no permite situaciones irregulares, es una maquina orgánica perfectamente diseñada, es ese simulador de ajedrez que puede vencer a cualquier ajedrecista, es el mecanismo perfeccionado que cobró independencia de su creador y trascendió el entendimiento humano.

Camino rápido por todos lados buscando algún mostrador de ayuda pero ahora están todas las ventanillas vacías: todo el mundo desapareció y siento que cada vez tengo menos tiempo. Me doy cuenta de que hay otras personas que están en la misma situación que yo, y les pregunto si saben cómo hacer para salir pero están tan desconcertados que ni siquiera atinan a responderme. Carentes de vida, como autos a quienes sus conductores abandonaron ante la inminencia de un terremoto o Godzilla, me miran sin casi entender lo que les digo. Estoy solo, atrapado sin salida.

Nadie me da respuesta, no lo puedo creer! Voy de un lado al otro como un perro perdido y no encuentro la salida! Todo por un maldito número que nadie me dio y el maldito guardia de seguridad no entra en razones!

No sé porque siento como una turbulencia que se empieza a apoderar de toda la imagen, me desespero cada vez más y casi tiemblo del miedo. Algo está pasando. Pareciera que hay más luz en el recinto, una luz clara que entra de la pared lateral izquierda del gran hall.

Ahora no hay personas, los ascensores se suspendieron y hay un silencio extraño. Me dirijo a la pared lateral y encuentro un teléfono público. Lo reviso rápidamente con manos torpes a ver si tiene pulso y me pide que ingrese monedas para poder funcionar. No tengo monedas! ¿Y ahora qué hago?! No puedo creerlo! Me doy vuelta y aparece una persona sin rostro que me da una puñadito de monedas. Marco.

Alguien me atiende pero no sé quién es. Le explico la situación, que necesito salir de ahí, que vine a hacer un trámite y no me dieron número y ahora no puedo salir y ya no hay gente y tengo que salir rápido porque parece que van a cerrar y el guardia no me deja pasar, deben haberse equivocado los de recepción de arriba, necesito que alguno llame y pregunte que pasó, si me pueden mandar el numero o venirme a buscar rápido.

No me entiende. Dice que no sabe quién soy, que no entiende nada de lo que le estoy diciendo, no puede ayudarme. ¡No puede ser! ¡Porque me pasa esto?!

Cierro los ojos, me agarro la cabeza con las manos, me aprieto los parpados casi tratando de arrancarlos. Exhalo un largo suspiro que parece durar varios mundos y de alguna manera me calmo. Cuelgo suavemente el teléfono y me aparto de la cabina. Una luz tenue pero fuerte, omnipotente, entra a través de la pared lateral. La pared es ahora de cristal y deja filtrar la luminosidad, haciendo que todo el hall parezca una pecera gigante expuesta a un gran reflector.

Aunque sé que es imposible porque estamos a cientos de metros bajo tierra, en el edificio de una gran corporación hecho de metal, concreto y mecanismos sofisticados, que es la luz del sol que me baña de una calidez sin precedentes. Es el sol que vino a buscarme.

Hipnotizado por un lenguaje que no termino de entender, me dirijo en paso resignado hacia la pared de cristal. Camino lentamente, casi consiente de mi destino, hay una atracción que me succiona y solo tengo que abandonarme a esa sensación de retorno. Cuando estoy parado frente a la barrera acerco mis manos al vidrio. Sin tocarla me doy cuenta de que está a una temperatura hirviente por el calor que emana. Delicadamente, sin pensar, sin conciencia ni miedo, poso mis manos sobre el cristal, que ante el más mínimo contacto con mi cuerpo estalla en mil pedazos y una luz…


(Capitulo extraído de "Callejon sin salida - La historia secreta de un dia", Novela inedita, publicada en capítulos en este blog. Cristian Rovere, 2014, ©)


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