Acabo de lesionar a Manu Ginobili. Si, sé
que es extraño, sobre todo considerando que yo estoy en Quilmes y Manu está
jugando en Texas a miles de millones de centímetros de distancia.
Es raro, sobre todo porque yo estoy
siguiendo el partido desde la pc y Manu tenía en ese momento la pelota en sus
manos, pero sobre todo por el hecho de que mi certeza en la culpabilidad de la
acción es total.
Días, tiempo, una nube de humo creciendo
en espiral, naves espaciales, ciudades secretas ignoradas por la civilización occidental,
esperanzas, todo lo que no cabe en un segundo, todo lo que escapa los
razonamientos más razonables, de gente bien, de gente seria, no sé, tengo
problemas para ordenar mis ideas, dudo de mí mismo, de lo que veo, de lo que
siento, no puede ser real, ¿es todo real? Lo irreal, acaso, ¿no es también real
en algún punto? Cosas imposibles que se cruzan por el preámbulo de la
posibilidad poniendo a prueba las voluntades, las fuerzas de la tierra, los
dioses, una tensión constante. No recuerdo exactamente como pasó, pero pasó. Estoy
seguro. No me pregunten porque, estoy cansado de las explicaciones. La ciencia
tiene esa estúpida idea de que, si no se puede probar, no es real. El derecho también
la tomo, pero al revés. Inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero esta
vez no. Esta vez soy culpable. Eso lo sé.
Recuerdo los ruidos. Eso más que nada. Y algunas
sensaciones puntuales, en las extremidades, en la punta de los dedos, en la
nariz. La gente gritaba, los Spurs perdían por 5, o por 10, último cuarto, y Manu
estaba jugando horrible. De hecho venia jugando mal los últimos juegos, y yo
estaba ansioso de que esta vez la rompa y se saque la mufa, pero hasta ahora
esa ansiedad funcionaba justamente al revés: tipos apurados, malas decisiones y
pérdidas.
TP y TD estaban poniendo el pecho, pero
no alcanzaba, y faltaba el aporte del gran Manu para remontar el partido. Y he
aquí que un fanático a miles de kilómetros lo estropea todo con su ridículo y cósmico
deseo, y en un arrebatado ataque al aro el argentino choca y cae, y no se
levanta. Se toma el tobillo. Yo me tomo la cabeza, aterrado, consciente de la
atrocidad que acababa de cometer.
He aquí mi punto: la noción de distancia
en la vida moderna es algo tan absurdo que solo personas estúpidas como nosotros
podemos creerla a rajatabula like a rolling estone, y entrar de cabeza en un
mundo cuadrado y paramétrico, leíble por una computadora (ceros y unos baby) o
por Parkimedes o por Sheldon Cooper o por una persona con 1 dedo de frente que
fue a la escuela y le mostraron la tabla cartesiana y aprendió que la distancia
entre el 1 y el 3 es dos. Es así. El mundo medible. La vida se separa en años y
distancias. Y todos adentro de la grilla a convivir cuadradamente en días, como
creaciones de un diseñador de juegos de video, convenciones, relaciones de dos
por dos y la mar en coche. Sumbutrule.
La cosa entonces se pone rara, porque sé que fui yo el que le causo la lesión.
Cosas del destino, cosas del amor. Porque miré a Manu con desesperación, le pedí
al cielo que juegue, que juegue bien, que sea el héroe del partido, que
demuestre la magia, que represente al país y a la nación, que juegue como
jugaría yo si es que hubiese nacido con treinta centímetros más.
Y entonces lo hechicé con la mirada. Miré
la pantalla como la miraría un brujo. No realicé ningún ritual pero no hizo
falta. Por las ganas que tenía, por cómo se dio la situación, sé que fui yo. De
entre todos, yo, el elegido. El ser que destruye con la mente, destruye con el
anhelo, con el deseo equivocado.
Porque hubo algo equivocado en todo esto,
algo que no se debía tocar, una fibra fundamental, un disparador ultimo y
peligroso que yo en mi deseo de ganar y de humillar, de verme representado en
manu, de estar en sus zapatillas, de sentir la red hacer chaz! cuando cae el triple en la cara de Kobe, sentir el aro en mis
dedos cuando entierro la bola adentro tirando a la mierda a Shaq, pulse ese
botón, ese conjuro prohibido. Y entonces, de repente, algo en él se rompió.
Miles de kilómetros de distancia. Hullas
de coyote, autos chocados, gente colgada en puentes de México, victimas del
cartel, el amazonas, la triple frontera
y agua cayendo a borbotones por un accidente geográfico, entre todos ellos mi
cuerpo desvanecido vibrando entre estas sustancias, como un elástico, como una
bala, yo disuelto en el aire, fui y vine como un nene en un subibaja, y cuando volví
y mi esencia volvió a mi carne, con el culo apoyado en el sillón y la pantalla a
pocos centímetros de mis ojos, lo vi a él, solo a él, tirado en el piso,
sollozando.
Se vio intervenido por mi deseo
incorrecto, por mi voluntad secreta y dominadora, y sintió que yo le pedía que
se lleve el mundo por delante, que se coma la cancha, que destruya a sus
rivales, que queden reducidos a cenizas, que se rindan a sus pies.
Y entonces él buscó ese esfuerzo y exigió
su cuerpo con dos voluntades, más de lo que este podía resistir. Y no resistió.
Y en el esfuerzo por pasar a tres negros de 2 metros a puro forcejeo y saltar
sobre un cuarto con la pelota en la mano buscando el cielo, en el trayecto,
algo salió mal, y después solo fue el suelo, el duro suelo y el contacto con el
lado derecho de su cuerpo, los ojos cerrados fuerte, gente que lo pone en una
camilla y lo dirige al vestuario, los gritos que van cesando, de mil
revoluciones a cero, a un silencio sepulcral y un par de médicos analizando el
tobillo en silencio y mirándose con gesto preocupante, diciendo algo que sonó
como “surgery” y “operation” y “at least 12 weeks”.
Y yo me desvanecí.
Me enterré en un abismo de brumas densas,
en una catarata de ruidos y sensaciones confusas que se sentían como estar
adentro de un lavarropas maniatado, vendado, y que le metan músicas de varios
artistas distintos, Rammstein y Gilda, Sigur ros y Rachmaninoff, Katy Perry y
la orquesta independiente de niños sordos de Nagpur, todas a la vez, alternando
los volúmenes, vomitando ruidos, secuencias, algunas canciones aceleradas o en
reversa. Caos.
Y cuando volví en mi estaba recostado en
el sillón y con la cabeza mareada, hecha percha, hecha escoba, hecha sartén golpeada
por vieja cacerolera que grita que se vallan todos la puta que lo parió.
Me siento raro, intervenido. Me siento
culpable. Acabo de lesionar a Manu Ginobili.
(Relato extraído de "Relatos Cortos y Despiadados", Cristian Rovere, 2014, ©)
(collage de Martin O’Neill)
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