Parado en la oscuridad veo
un movimiento, una sombra
silenciosa
un suspirar de la noche de
verano.
Me estremezco al ver como
esos miedos que siempre estuvieron
se condensan en este ser que
ahora es mi nemesis,
esta gruesa y sobresaliente
cucaracha,
la reina de este infierno
nocturno.
Se ríe de mi,
le habla de mi a las
estructuras eternas del mundo,
mundo que es suyo,
que ha recorrido siempre.
Me mira
sabiendo que no tengo el
valor de dejarla vivir,
otra noche mas soy presa de
mi temor abrumador.
Me desespero, me siento
etéreo,
soy una brisa invisible a
punto de extinguirse
hasta que no me deshaga de
ella
de su presencia inminente
que amenaza todo lo que
alguna vez me fue querido
el sol y el amor de las
criaturas de dios.
Todo es un valle de
tinieblas en su presencia.
Tomo valor y me dispongo a
terminar con su vida,
este ser inmortal, que supo
del hielo polar,
del rugir de los grandes
reptiles,
de la pesadez del aire y los
colores profundos de un cielo proterozoico
ahora es el cuerpo de mi
sudor frío,
de mi terror absoluto.
Me apresto a liquidarla
como un ángel de la muerte
y aplasto su crocante
consistencia
como tantas otras cucarachas,
y siento que estoy matando
la misma cucaracha
una y otra vez,
una cucaracha eterna e
inmortal, indisoluble,
que no para de morir,
que no para de resurgir.
Verano tras verano,
enardecido
mato a la cucaracha de mi
sombra,
año tras año la veo resurgir
de su agonía,
pues se alimenta de mi miedo,
miedo que es mi vida entera,
miedo que es mi noche larga
mi día aletargado
mi cuerpo suspendido en un
espacio sin tiempo
en una pregunta sin signo de
interrogación final
y mi corazón estalla junto
con la cucaracha
otro verano
en la noche asustada.
(poema extraído de "Cazuela de Mariscos en Moldavia", Cristian Rovere, 2013, ©)
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