jueves, 4 de junio de 2015

Siete menos un minuto de un veintiocho de mayo



Y entonces todos los hijos miran a sus padres y ven algo, un gesto que no terminan de entender, solo piensan en estar para ellos sin saber que hacer o que decir, porque ver a un padre desgarrado no está en ninguna clase de la escuela, no se comenta en el recreo ni se ve en alguna historieta en la tele. Esos temas no son para los nenes (dicen algunos padres) pero después a esos chicos les toca enfrentarse con situaciones que “no son para los nenes” y he ahí la contradicción.
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Papá mira perdido por la ventana y yo miro la tele sabiendo que algo pasa pero no digo nada. Ahora está muy oscuro, afuera solo hay ruido a coches y luces moviéndose un poco, empañadas. Fue un día nublado y hubo tormenta, cayeron piedras a la tarde, el cielo pasó de negro cerrado a blanco por la cantidad de piedras que caían, pequeñas pelotitas de hielo que vienen del cielo con el único propósito de arruinar los autos de los padres, que putean, putean como nunca, no sé porque tanto pero les duele como si las piedras les dieran justo en el centro de la vida misma. Las pelotitas se empezaron a acumular en el patio de la escuela y desde la ventana del aula podíamos ver esas canicas del cielo con el contorno transparente y el centro níveo, como hielo súper congelado que no llegó a derretirse aún. Luego vino una tonelada de agua de lluvia y duró como veinte minutos donde parecía que el mundo se venía abajo y el cielo se puso gris furioso. Después paró, y al rato hasta salió un poco el sol.
Ahora estamos en el living del departamento. Paró de llover, pero hay una tormenta que sigue. Comimos una merienda rápida, media despelotada. Papá estuvo todo el día de un humor extraño, por momentos animado, por momentos perdido, extraviado. Las palabras se le traban, se le enredan en la lengua. De repente sonríe y putea con ganas, no sé a quién, se vuelve hacia mí y dice que vamos a jugar a la plaza. Nunca vamos tan tarde. A ningún lado de hecho. Siempre llega cansado y de mal humor, me trata maso menos, con poca paciencia, y yo me doy cuenta de que no tiene muchas pulgas y lo dejo tranquilo. Cuando sos chiquito y tenes cierta edad te das cuenta de que tu papá prefiere que lo dejes un rato solo, que no le hinches las pelotas, y aprendí que si te vas a tu pieza y no haces ruido te dejan hacer lo que quieras. Ahora insiste en que salgamos a hacer algo de una forma rara. Yo no entiendo nada pero voy.
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I expect an answer. 300 ml. Ing brutos c.m. 901-228386-4 iva responsible inscripto a consumidor final orientación al consumidor provincia de Buenos aires 08002229042. Hecho en Indonesia. Creado en Estados Unidos. Mezclado en Argentina. Ganancias a Islas Canarias. Consumido en Argentina. Limpiado por paraguayos. Este café sabe asqueroso, parece que lo hicieron con polvo viejo y saborizantes con gusto a leche. Es como tomar agua con gusto a crema. Edificio Cibert, cerca de Luna Park. Un día como hoy un trueno cayó fuerte en microcentro y todos salieron ilesos, salvo algunos balcones y terrazas que se sacudieron un poco.
Time line caos. Sale el sol, llueve, veo nublado, me acuerdo cosas de cuando era chiquito, me viene un flash de cuando sea viejo. Todo en un segundo.
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Bajo por el ascensor. Estoy solo, me miro al espejo, veo una cara agitada y desconcertada. Hay rasgos de bronca que no se terminan de interpretar, pero yo los siento ahí, temblando. Todavía no se me va la imagen dolorida de una persona en la lona a la que le pegan desinteresadamente, reparten golpes como si fuera gratis. Nada en esta vida es gratis. Concepto que el capitalismo postmoderno se negará siempre a entender. Entonces pasan las cosas y uno cree que pasan de largo, que no tienen mayor importancia, pero somos atravesados por esas imágenes que de alguna manera se quedan en las retinas durante años y nos desconciertan, pasa el tiempo y seguimos desorientados y nos la agarramos con nuestros hijos y decimos que son unos malcriados, les pegamos y los dejamos sin comer o sin ir a futbol y les decimos que son unos desagradecidos y los miramos feo, los mandamos a la habitación castigados. Después lloramos en el baño sin decirle nada a nuestras parejas. Y vamos al psicólogo, le pagamos 120 pesos los 45 minutos, y casi nunca sirve de nada.
Espero en planta baja, en el lobby. No sé que espero. Veo una lámpara y un vidrio manchado por las gotas, que siguen ahí como la huella de una tormenta que pasó sin dejar mucho más que historias mojadas para contar a alguien al final del día, si es el caso en que hay alguien al final del día. Si no hay, muy simple,  se lo contas a las gotas calentitas que salen de la ducha a la noche cuando te bañas. Casualmente a las gotas calentitas les encantan las historias de gotas mojadas que te hicieron el día imposible, porque eso de alguna manera les da un crédito impresionante, las deja en un lugar privilegiado, como las salvadoras, las buenas del día. Odian a las gotas mojadas, frías, maliciosas, las odian. Pero les encanta que les cuentes cosas, que pongas tu cara así para arriba como mirando a dios, agradeciéndole por este momento de gloria en las que ellas, las gotitas calentitas, son el protagonista principal. Algún sofista hasta podría decir que ellas mismas, en ese momento, son dios. El dios de cada mañana. O cada noche. En un día de historias mojadas y solitarias, y por demás tristes e injustas, las gotitas más que un dios son las putas amas del fuckin universo.
Es imposible poner otra cara, lo tengo decidido. Voy a sacar plata del banco y miro el ticket del resumen. Me desconcierta. Dice un número de 4 cifras. Pienso en eso y en lo que podría hacer con ese dinero. Todo virtual. No hay ningún fruto de mi trabajo que no sea otro que el trabajo que deje hecho o producido. El resto es desvirtuar la relación de trabajo. Salaaaario. Plaaaata. En el baaaaanco. También pienso en la gente que no tiene nada, en la gente que tiene tanto que ni le importa el número real, pero si le importa el hecho de no darle ni un centavo de más a nadie. La gente es insensible. ¿Soy yo insensible? Me asusta hacer cosas que se me van de las manos, me da pánico pensar que tal vez estoy sacando una pieza del Yenga que va a tirar toda la torre otra vez, y darme cuenta tarde de una situación que debería haberse manejado de otra manera. Lo peor de todo, cuando uno está dotado de esta posibilidad de ponerse en slow motion cuando todo el castillo de la realidad lineal se está desbaratando, se rompe en miles de pedazos y comienza a caer lentamente, dando pequeños giros, y uno cae con esos pedazos, sin vértigo, sin miedo, consciente de que se va a hacer mierda, tarde o temprano, contra un piso. Uno termina conviviendo con esas miserias, dice Tolstoi. Mentira, lo acabo de inventar. No, tampoco, lo robé de una frase de Andrés D’Alessandro en una nota donde le preguntan por un gol errado.
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Quería escapar de mi propia cabeza. De mi cuerpo. Camine sin rumbo y me odié a mí mismo. Tenía que hacer tiempo, estaba de mal humor y entré a un café. Starbuck’s. Odio los Starbuck’s, pero tienen sillones cómodos. En este, para seguir en línea con este día de mierda, no quedaba ninguno disponible, solo una silla solitaria en una mesa redonda.  La silla es metálica e incómoda. Desde el piso hay una ranura por donde saldría el aire acondicionados, si estuviera prendido, y por ese intersticio se cola el viento de afuera y me da escalofríos. Estoy mojado y tengo frío. Pido un café con leche y me traen un líquido marrón claro horrible con gusto a cartón. Todavía escucho a la gente consolando a los que se van. Todavía me veo sentado desde la otra punta de la oficina tratando de entender que está pasando. Todavía no entiendo porque pasan las cosas. Y este café es un asco.
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Gimnasia y Esgrima ascendió a la A y yo miraba con Eze el festejo de los jugadores, con la mirada perdida y las piernas que pedían flaquear y tirarme al suelo, lisa y llanamente al suelo, el punto cero, en donde tal vez me sintiera mucho mejor de lo que me sentía parado como un tonto en esa cocina sucia, mal concebida, como un deseo de nene caprichoso que pide a papi pista de cuadriciclos en el Country. Los jugadores festejan, varios pibes de la cantera, varios del grupo que se fue a la B y ahora vuelven redimidos, envueltos en gloria. La vida a veces da esas revanchas. Ojo que a otros no se las da. JJ Lopez se va a la B con River y ahora es tildado por pecho frío por todo el universo, incluida su mujer (que no le habla, no lo mira, lo trata como una basura, y no lo toca más), sus hijos (que tienen vergüenza de su apellido y sufrieron las gastadas de sus grupos de amigos por la herencia de perdedores que les dejo el viejo) sus amigos (que no le contestan las llamadas y solo lo llaman para putearlo o para que les devuelva guita que debe) y hasta los seres no conscientes lo mortifican: los perros lo mean, los gatos lo rasguñan, los pájaros le cagan justo en la cabeza, o en la nuca, en el fino espacio que hay entre la base del cuello y la camisa, los arboles no le dan sombra, los periodistas no le dan notas. Se tuvo que ir del país y aún en Nueva Papúa los lugareños lo miran mal y lo chocan cuando pasa por los pasillos del despacho en donde trabaja como cadete. Cuando uno está mal todos le pegan. Él no tuvo revancha.
Pero la gente de Gimnasia festeja. Troglio se lo dedica a toda la hinchada, 10 mil platenses que viajan un miércoles a Córdoba para ver al lobo. Agitan las banderas y no paran de cantar. Algunos todavía reciben en la cara el majestuoso sol que es testigo de su vuelta a primera, que presagia años de éxitos en la máxima categoría, tal vez una dulce venganza sobre el eterno rival. La felicidad es plena, en Córdoba, mientras Eze y yo miramos con la cara perdida y hasta con algo de bronca el festejo. Al lado se escucha gente llorando y no sabemos dónde meternos.
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Voy a la parada del SubteLíneaCestaciónSanMartín a cargar la tarjeta sube. Cuando me acerco a la ventanilla hay dos carteles que dicen “no se carga sube”. Cuando le pregunto al chico de la caja porque no hay carga me señala el cartel con cara de orto. La concha de la lora. Me quedo parado frente a la ventanilla, perplejo, mientras gente impersonal pasa a diestra y siniestra a mi lado yendo a Constitución o Retiro. Pasan a mi lado y yo me quedo quieto, mirando al empleado, pensando en donde voy a cargar ahora la tarjeta para viajar más tarde, para no pensar en esta vida de mierda y en este “no saber para donde disparar”, para no pensar lo que realmente la cabeza (o el pecho) me dice que tengo que solucionar. La re concha de la lora.
Otro día en las trincheras y frases en twitter sobre cosas sin terminar y pilas de trabajo para la corporación. Para quien escribimos eso, anda a saber. Lo tiramos al viento y que le pegue a alguien en la cara. Es como meter un mensaje en una botella y tirarlo al mar. Solo que el mensaje no es importante sino que es una tremenda pelotudez personal que a nadie le interesa, y ahora el mar esta tan lleno de botellas con mensajes chotos que no se puede siquiera navegar y los peces, las ideas, ya no pueden circular libremente y se mueren atascadas entre tanta mierda, diques plenos de mierda y basura que obstruyen todo. Gente yendo en el colectivo a la mañana y twiteando. Gente meando en el baño y twiteando. Gente a punto de dormirse y twiteando. Y mientras tanto la corporación nos caga. Nos caga de arriba de un rascacielos. Después de lo que pasó con los chicos hablábamos de qué pasa cuando uno se mortifica por dejar algo sin hacer, uno trabaja y trabaja y se siente mal cuando le faltó terminar algo, no duerme bien. Y resulta que después no importó nada, daba igual si lo hacías o lo dejabas para el año que viene. Serán muy putos. Que lo hagan ellos. Pero no, siempre encuentran algún boludo que se quede sin dormir por terminar un reporte de pagos a Cisco o a General Motors o Mac Donals o Uols Uaggen, empresa alemana de automotores que desde mil quinientos noventa y cientos produce autos de la máxima calidad para todo el mercado, orgullosos de su excelencia en el servicio, contentos de poder hace guita con el sudor de la gente laburante, apilando dólares en una bóveda en Port Royal, en un monte artificial con forma de estrella marina construido con cadáveres de focas bebes y sangre de manatí en vías de extinción. Que termino más hijo de puta. 
Camino a la deriva sin saber bien que es lo que está pasando. Dejo el peso del bolso con la computadora (que justo cuando la quiero cerrar me dice que tiene que hacer 109 actualizaciones, será muy hija de puta la conchuda (che, tranquilo que es solo una maquina)) me haga tambalear, y camino en zigzag, casi chocando a varios caminantes escandalizados o distraídos. Veo a algunos vagabundos y sonrío, un poquito de sonrisa al menos che!, en este día tan lleno de pálidas, un vagabundo que también sonreía mirando hacia la estación de Retiro, mirando el entramado de troncos y ramas y hojas de esos árboles de la plaza San Martin, sentado en su choza armada con mantas en el hall de un local nuevo de Directv, llena de cartones y restos de comida en mal estado. Y el tipo mirando con cara de ensueño en un día tan choto, sonriendo, estando en el mismo fondo, no tan fondo.
Siempre pensé en lo feo que sería para los que viven en la calle que toque un día de lluvia violenta. Se te mojan las cosas, tenes que mover todas tus pertenencias a algún lugar seco que todavía no esté ocupado, pasas frío, no tenes idea de dónde vas a dormir. Pero después veo a este muchacho y pienso en la tremenda libertad de una imagen de inmensa lluvia vista desde abajo de un puente, al buen reparo de un hueco marginal, tal vez con una botella de tinto y un fuego cálido y chispeante que le agrega algo más de calidez a la sonoridad de un paisaje como ese, visto por un tipo que no tiene nada, nada que perder. La imagen es perfecta.
Sigo deambulando sin rumbo. Pasan taxis, vidas, personas apuradas que pisan baldosas sueltas y levantan gotas escondidas que ya se habían tirado a dormir y ahora las ponen en órbita otra vez. Veo luces de autos, veo copas de árboles bailando contentas, generando sobras burlescas a mis pies entre tanta luz anaranjada. Veo gente entrando a un telo buscando sexo, buscando un refugio seco en donde sacarse la ropa mojada, y con ello la mufa de un día espantoso, y agregarle pasión, fuego, calor.
Esa última idea, por más visceral que sea, me reconforta, me devuelve al mundo de los humanos, me da una sensación de paz. Es como esa película de Gaspar Noé en la que el tipo es un fantasma o un espectro volador (no entendí muy bien), en donde terminan todos en un hotel del paraíso de neón, cogiendo todos con todos, entregándose al goce totalmente desinteresado y sin tabúes en una demostración máxima de amor y sentimiento de tendencia de los humanos a amarse, transportarse energía, los unos a los otros, y esa energía transformándose en vida, nueva vida para este mundo.
Estoy terminando el café pero aún no sé cómo termina todo esto.

Bien, seguramente. Animo muchachos.




Cuento extraido de Jailbreak Stories, 2014. Cristian Rovere (c).

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