Y entonces todos los hijos miran a sus padres y ven algo,
un gesto que no terminan de entender, solo piensan en estar para ellos sin
saber que hacer o que decir, porque ver a un padre desgarrado no está en
ninguna clase de la escuela, no se comenta en el recreo ni se ve en alguna
historieta en la tele. Esos temas no son para los nenes (dicen algunos padres)
pero después a esos chicos les toca enfrentarse con situaciones que “no son
para los nenes” y he ahí la contradicción.
***
Papá mira perdido por la ventana y yo miro la tele
sabiendo que algo pasa pero no digo nada. Ahora está muy oscuro, afuera solo hay
ruido a coches y luces moviéndose un poco, empañadas. Fue un día nublado y hubo
tormenta, cayeron piedras a la tarde, el cielo pasó de negro cerrado a blanco
por la cantidad de piedras que caían, pequeñas pelotitas de hielo que vienen
del cielo con el único propósito de arruinar los autos de los padres, que
putean, putean como nunca, no sé porque tanto pero les duele como si las
piedras les dieran justo en el centro de la vida misma. Las pelotitas se
empezaron a acumular en el patio de la escuela y desde la ventana del aula
podíamos ver esas canicas del cielo con el contorno transparente y el centro níveo,
como hielo súper congelado que no llegó a derretirse aún. Luego vino una
tonelada de agua de lluvia y duró como veinte minutos donde parecía que el mundo
se venía abajo y el cielo se puso gris furioso. Después paró, y al rato hasta
salió un poco el sol.
Ahora estamos en el living del departamento. Paró de
llover, pero hay una tormenta que sigue. Comimos una merienda rápida, media
despelotada. Papá estuvo todo el día de un humor extraño, por momentos animado,
por momentos perdido, extraviado. Las palabras se le traban, se le enredan en
la lengua. De repente sonríe y putea con ganas, no sé a quién, se vuelve hacia
mí y dice que vamos a jugar a la plaza. Nunca vamos tan tarde. A ningún lado de
hecho. Siempre llega cansado y de mal humor, me trata maso menos, con poca
paciencia, y yo me doy cuenta de que no tiene muchas pulgas y lo dejo
tranquilo. Cuando sos chiquito y tenes cierta edad te das cuenta de que tu papá
prefiere que lo dejes un rato solo, que no le hinches las pelotas, y aprendí
que si te vas a tu pieza y no haces ruido te dejan hacer lo que quieras. Ahora
insiste en que salgamos a hacer algo de una forma rara. Yo no entiendo nada
pero voy.
***
I expect an answer. 300 ml. Ing brutos c.m. 901-228386-4 iva responsible inscripto a
consumidor final orientación al consumidor provincia de Buenos aires
08002229042. Hecho en Indonesia. Creado en Estados Unidos. Mezclado en
Argentina. Ganancias a Islas Canarias. Consumido en Argentina. Limpiado por
paraguayos. Este café sabe asqueroso, parece que lo hicieron con polvo viejo y
saborizantes con gusto a leche. Es como tomar agua con gusto a crema. Edificio
Cibert, cerca de Luna Park. Un día como hoy un trueno cayó fuerte en
microcentro y todos salieron ilesos, salvo algunos balcones y terrazas que se
sacudieron un poco.
Time line caos. Sale el sol, llueve, veo nublado, me
acuerdo cosas de cuando era chiquito, me viene un flash de cuando sea viejo.
Todo en un segundo.
***
Bajo por el ascensor. Estoy solo, me miro al espejo, veo
una cara agitada y desconcertada. Hay rasgos de bronca que no se terminan de
interpretar, pero yo los siento ahí, temblando. Todavía no se me va la imagen dolorida
de una persona en la lona a la que le pegan desinteresadamente, reparten golpes
como si fuera gratis. Nada en esta vida es gratis. Concepto que el capitalismo
postmoderno se negará siempre a entender. Entonces pasan las cosas y uno cree
que pasan de largo, que no tienen mayor importancia, pero somos atravesados por
esas imágenes que de alguna manera se quedan en las retinas durante años y nos
desconciertan, pasa el tiempo y seguimos desorientados y nos la agarramos con
nuestros hijos y decimos que son unos malcriados, les pegamos y los dejamos sin
comer o sin ir a futbol y les decimos que son unos desagradecidos y los miramos
feo, los mandamos a la habitación castigados. Después lloramos en el baño sin
decirle nada a nuestras parejas. Y vamos al psicólogo, le pagamos 120 pesos los
45 minutos, y casi nunca sirve de nada.
Espero en planta baja, en el lobby. No sé que espero. Veo
una lámpara y un vidrio manchado por las gotas, que siguen ahí como la huella
de una tormenta que pasó sin dejar mucho más que historias mojadas para contar
a alguien al final del día, si es el caso en que hay alguien al final del día.
Si no hay, muy simple, se lo contas a
las gotas calentitas que salen de la ducha a la noche cuando te bañas.
Casualmente a las gotas calentitas les encantan las historias de gotas mojadas
que te hicieron el día imposible, porque eso de alguna manera les da un crédito
impresionante, las deja en un lugar privilegiado, como las salvadoras, las
buenas del día. Odian a las gotas mojadas, frías, maliciosas, las odian. Pero
les encanta que les cuentes cosas, que pongas tu cara así para arriba como
mirando a dios, agradeciéndole por este momento de gloria en las que ellas, las
gotitas calentitas, son el protagonista principal. Algún sofista hasta podría decir
que ellas mismas, en ese momento, son dios. El dios de cada mañana. O cada
noche. En un día de historias mojadas y solitarias, y por demás tristes e
injustas, las gotitas más que un dios son las putas amas del fuckin universo.
Es imposible poner otra cara, lo tengo decidido. Voy a
sacar plata del banco y miro el ticket del resumen. Me desconcierta. Dice un
número de 4 cifras. Pienso en eso y en lo que podría hacer con ese dinero. Todo
virtual. No hay ningún fruto de mi trabajo que no sea otro que el trabajo que
deje hecho o producido. El resto es desvirtuar la relación de trabajo.
Salaaaario. Plaaaata. En el baaaaanco. También pienso en la gente que no tiene
nada, en la gente que tiene tanto que ni le importa el número real, pero si le
importa el hecho de no darle ni un centavo de más a nadie. La gente es
insensible. ¿Soy yo insensible? Me asusta hacer cosas que se me van de las
manos, me da pánico pensar que tal vez estoy sacando una pieza del Yenga que va
a tirar toda la torre otra vez, y darme cuenta tarde de una situación que
debería haberse manejado de otra manera. Lo peor de todo, cuando uno está
dotado de esta posibilidad de ponerse en slow motion cuando todo el castillo de
la realidad lineal se está desbaratando, se rompe en miles de pedazos y comienza
a caer lentamente, dando pequeños giros, y uno cae con esos pedazos, sin
vértigo, sin miedo, consciente de que se va a hacer mierda, tarde o temprano,
contra un piso. Uno termina conviviendo con esas miserias, dice Tolstoi.
Mentira, lo acabo de inventar. No, tampoco, lo robé de una frase de Andrés
D’Alessandro en una nota donde le preguntan por un gol errado.
***
Quería escapar de mi propia cabeza. De mi cuerpo. Camine
sin rumbo y me odié a mí mismo. Tenía que hacer tiempo, estaba de mal humor y
entré a un café. Starbuck’s. Odio los Starbuck’s, pero tienen sillones cómodos.
En este, para seguir en línea con este día de mierda, no quedaba ninguno
disponible, solo una silla solitaria en una mesa redonda. La silla es metálica e incómoda. Desde el piso
hay una ranura por donde saldría el aire acondicionados, si estuviera prendido,
y por ese intersticio se cola el viento de afuera y me da escalofríos. Estoy
mojado y tengo frío. Pido un café con leche y me traen un líquido marrón claro
horrible con gusto a cartón. Todavía escucho a la gente consolando a los que se
van. Todavía me veo sentado desde la otra punta de la oficina tratando de
entender que está pasando. Todavía no entiendo porque pasan las cosas. Y este
café es un asco.
***
Gimnasia y Esgrima ascendió a la A y yo miraba con Eze el
festejo de los jugadores, con la mirada perdida y las piernas que pedían
flaquear y tirarme al suelo, lisa y llanamente al suelo, el punto cero, en
donde tal vez me sintiera mucho mejor de lo que me sentía parado como un tonto
en esa cocina sucia, mal concebida, como un deseo de nene caprichoso que pide a
papi pista de cuadriciclos en el Country. Los jugadores festejan, varios pibes
de la cantera, varios del grupo que se fue a la B y ahora vuelven redimidos,
envueltos en gloria. La vida a veces da esas revanchas. Ojo que a otros no se
las da. JJ Lopez se va a la B con River y ahora es tildado por pecho frío por
todo el universo, incluida su mujer (que no le habla, no lo mira, lo trata como
una basura, y no lo toca más), sus hijos (que tienen vergüenza de su apellido y
sufrieron las gastadas de sus grupos de amigos por la herencia de perdedores
que les dejo el viejo) sus amigos (que no le contestan las llamadas y solo lo
llaman para putearlo o para que les devuelva guita que debe) y hasta los seres
no conscientes lo mortifican: los perros lo mean, los gatos lo rasguñan, los
pájaros le cagan justo en la cabeza, o en la nuca, en el fino espacio que hay
entre la base del cuello y la camisa, los arboles no le dan sombra, los periodistas
no le dan notas. Se tuvo que ir del país y aún en Nueva Papúa los lugareños lo
miran mal y lo chocan cuando pasa por los pasillos del despacho en donde
trabaja como cadete. Cuando uno está mal todos le pegan. Él no tuvo revancha.
Pero la gente de Gimnasia festeja. Troglio se lo dedica a
toda la hinchada, 10 mil platenses que viajan un miércoles a Córdoba para ver
al lobo. Agitan las banderas y no paran de cantar. Algunos todavía reciben en
la cara el majestuoso sol que es testigo de su vuelta a primera, que presagia
años de éxitos en la máxima categoría, tal vez una dulce venganza sobre el
eterno rival. La felicidad es plena, en Córdoba, mientras Eze y yo miramos con
la cara perdida y hasta con algo de bronca el festejo. Al lado se escucha gente
llorando y no sabemos dónde meternos.
***
Voy a la parada del SubteLíneaCestaciónSanMartín a cargar
la tarjeta sube. Cuando me acerco a la ventanilla hay dos carteles que dicen
“no se carga sube”. Cuando le pregunto al chico de la caja porque no hay carga
me señala el cartel con cara de orto. La concha de la lora. Me quedo parado
frente a la ventanilla, perplejo, mientras gente impersonal pasa a diestra y
siniestra a mi lado yendo a Constitución o Retiro. Pasan a mi lado y yo me
quedo quieto, mirando al empleado, pensando en donde voy a cargar ahora la
tarjeta para viajar más tarde, para no pensar en esta vida de mierda y en este
“no saber para donde disparar”, para no pensar lo que realmente la cabeza (o el
pecho) me dice que tengo que solucionar. La re concha de la lora.
Otro día en las trincheras y frases en twitter sobre
cosas sin terminar y pilas de trabajo para la corporación. Para quien
escribimos eso, anda a saber. Lo tiramos al viento y que le pegue a alguien en
la cara. Es como meter un mensaje en una botella y tirarlo al mar. Solo que el
mensaje no es importante sino que es una tremenda pelotudez personal que a
nadie le interesa, y ahora el mar esta tan lleno de botellas con mensajes
chotos que no se puede siquiera navegar y los peces, las ideas, ya no pueden
circular libremente y se mueren atascadas entre tanta mierda, diques plenos de mierda
y basura que obstruyen todo. Gente yendo en el colectivo a la mañana y
twiteando. Gente meando en el baño y twiteando. Gente a punto de dormirse y
twiteando. Y mientras tanto la corporación nos caga. Nos caga de arriba de un
rascacielos. Después de lo que pasó con los chicos hablábamos de qué pasa
cuando uno se mortifica por dejar algo sin hacer, uno trabaja y trabaja y se
siente mal cuando le faltó terminar algo, no duerme bien. Y resulta que después
no importó nada, daba igual si lo hacías o lo dejabas para el año que viene.
Serán muy putos. Que lo hagan ellos. Pero no, siempre encuentran algún boludo
que se quede sin dormir por terminar un reporte de pagos a Cisco o a General
Motors o Mac Donals o Uols Uaggen, empresa alemana de automotores que desde mil
quinientos noventa y cientos produce autos de la máxima calidad para todo el
mercado, orgullosos de su excelencia en el servicio, contentos de poder hace
guita con el sudor de la gente laburante, apilando dólares en una bóveda en
Port Royal, en un monte artificial con forma de estrella marina construido con
cadáveres de focas bebes y sangre de manatí en vías de extinción. Que termino
más hijo de puta.
Camino a la deriva sin saber bien que es lo que está
pasando. Dejo el peso del bolso con la computadora (que justo cuando la quiero
cerrar me dice que tiene que hacer 109 actualizaciones, será muy hija de puta
la conchuda (che, tranquilo que es solo una maquina)) me haga tambalear, y
camino en zigzag, casi chocando a varios caminantes escandalizados o distraídos.
Veo a algunos vagabundos y sonrío, un poquito de sonrisa al menos che!, en este
día tan lleno de pálidas, un vagabundo que también sonreía mirando hacia la
estación de Retiro, mirando el entramado de troncos y ramas y hojas de esos
árboles de la plaza San Martin, sentado en su choza armada con mantas en el
hall de un local nuevo de Directv, llena de cartones y restos de comida en mal
estado. Y el tipo mirando con cara de ensueño en un día tan choto, sonriendo,
estando en el mismo fondo, no tan fondo.
Siempre pensé en lo feo que sería para los que viven en
la calle que toque un día de lluvia violenta. Se te mojan las cosas, tenes que
mover todas tus pertenencias a algún lugar seco que todavía no esté ocupado,
pasas frío, no tenes idea de dónde vas a dormir. Pero después veo a este
muchacho y pienso en la tremenda libertad de una imagen de inmensa lluvia vista
desde abajo de un puente, al buen reparo de un hueco marginal, tal vez con una
botella de tinto y un fuego cálido y chispeante que le agrega algo más de
calidez a la sonoridad de un paisaje como ese, visto por un tipo que no tiene
nada, nada que perder. La imagen es perfecta.
Sigo deambulando sin rumbo. Pasan taxis, vidas, personas
apuradas que pisan baldosas sueltas y levantan gotas escondidas que ya se
habían tirado a dormir y ahora las ponen en órbita otra vez. Veo luces de
autos, veo copas de árboles bailando contentas, generando sobras burlescas a
mis pies entre tanta luz anaranjada. Veo gente entrando a un telo buscando
sexo, buscando un refugio seco en donde sacarse la ropa mojada, y con ello la
mufa de un día espantoso, y agregarle pasión, fuego, calor.
Esa última idea, por más visceral que sea, me reconforta,
me devuelve al mundo de los humanos, me da una sensación de paz. Es como esa película
de Gaspar Noé en la que el tipo es un fantasma o un espectro volador (no
entendí muy bien), en donde terminan todos en un hotel del paraíso de neón,
cogiendo todos con todos, entregándose al goce totalmente desinteresado y sin
tabúes en una demostración máxima de amor y sentimiento de tendencia de los
humanos a amarse, transportarse energía, los unos a los otros, y esa energía
transformándose en vida, nueva vida para este mundo.
Estoy terminando el café pero aún no sé cómo termina todo
esto.
Bien, seguramente. Animo muchachos.
Cuento extraido de Jailbreak Stories, 2014. Cristian Rovere (c).
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