martes, 12 de enero de 2016

El arte de vivir






El arte de vivir
El arte de morir

Cuando ayer por la mañana me enteré que Bowie había muerto, instantáneamente me di cuenta de que algo muy especial había sucedido.

Obviamente se había ido físicamente uno de los músicos y artistas más grandes y más influyentes del último siglo, pero yo me refería a algo más que eso.

Siempre dije que si el artista quería llevar su obra a un nivel superior, debía trascender a su obra. Debía olvidarla. Dejarla atrás.

También siempre pensé que el arte es mucho más que un pedazo de papel, lienzo, o cualquier otro medio. Fue cuando empecé a pensar en el arte de vivir, en la vida y el propio cuerpo como medio para el artista, y él mismo como único espectador de su arte.

Sin el afán de andar mostrándose, el artista podría considerarse a sí mismo como obra, llevándose siempre al extremo, trabajando en su imagen y en sus acciones, buscando llegar a los niveles más altos de expresión y libertad. Vivir bien. Hacer bien. Contagiar el bien. ¿Qué mejor obra de arte? ¿Qué mejor acto que ese sutil y casi invisible arrojo del artista que se brinda con todo lo que tiene al mundo sin esperar más nada que la propia impecabilidad de su accionar?

También recuerdo la película Stay, con Ryan Gosling, en donde el atribulado artista dice que su suicidio será la mayor obra de arte. Siempre me hizo pensar, preguntándome si yo tendría las agallas de hacer algo así alguna vez, de si alguien jamás tendría esas agallas.

Y descubrí a Bowie. Un tipo que hacía de sí mismo un campo de debate, de discusión, de intervención. Constantemente provocando, buscando expandir cada vez más los límites de lo que se esperaba de él.
Creo que Bowie fue uno de los mayores exponentes de este tipo de arte, tan extremo como bello por su total arrojo y dejadez, por su total altruismo para con su ego y total compromiso con la obra.

Bowie sabía que se moría. Sabía que era la etapa final de su acto. Sabía que toda su vida lo preparaba para enfrentar este momento; sabía que solo había una forma de afrontar ese final: haciendo lo que siempre hizo y llevarlo al máximo nivel. Sacar otro disco, más ecléctico que nunca, abrazando la muerte, sin miedo, sin dudas. Este es el momento. Esto es, no hay nada más.

Saca un disco titulado “Blackstar” el día de su cumpleaños número 69, el cual contiene una canción llamada “Lazarus” (el que se levanta de entre los muertos), organiza una sesión de fotos 3 días después, y a los 4 días muere.



Como artista, uso su propia muerte como punto final de su obra. Continuó la línea con la que valientemente venía trabajando, de la única manera que podía: terminando con el episodio final de la performance más espectacular jamás creada. El arte de vivir, en su mayor potencia.


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