viernes, 4 de julio de 2014

Nuestra luna de enfrente


Borges decía que la luna no era la misma desde Buenos Aires que desde Uruguay. La luna de enfrente, y aquel libro de jóvenes poemas melancólicos, donde Jorge Luis se imaginaba a su espejo en Montevideo escribiendo poemas sobre un joven en Buenos Aires que escribía sobre un joven… Decía que había una luna particular para cada lugar, para cada persona, para cada momento de la vida. Ese instante único en que la luna ilumina el cielo, también depende de las luces con que nosotros iluminamos nuestra historia, con los ojos con que vemos el paisaje, la carga con la que damos nuestros pasos.

Yo digo que todos los atardeceres que veo desde mi balcón son distintos. Cada uno es especial, particular, lleno de todo lo que existe, irrepetible. Cada configuración de luz, a cada segundo se convierte en nuevos colores sobre ese campo blanco listo para colorear que son las nubes, en constante movimiento y transformación (lo sabe cualquiera que miro diez segundos seguidos al cielo que las nubes todo el tiempo se van desarmando y rearmando con pedacitos de otras nubes).

Paso un año desde que vivimos en esta nueva casa. Cuando la fuimos a ver, lo primero que pregunté era si teníamos vista al atardecer. Teníamos. Después, cuando la llave estuvo en nuestro poder, dedique mucho tiempo a ver qué tipo de luz había, que vista se presentaba en el balcón trasero de nuestro departamentito. Y vi que era bueno, y respiré tranquilo, y descansé.

Así vimos pasar unos cuantos cielos, juntos, desde la cama, amándonos. Y yo fui armando una pequeña selección de todos esos cielos. Dos jóvenes, compartiendo todo, protegidos en un lugar seguro donde la cama estaba iluminada por la luz del sol.

Y al mirar hacia fuera, un reflejo extraño. Un edificio espejo donde vive una pareja, y donde un joven parado en el balcón mira hacia nuestro balcón, y piensa en el tiempo y en las casualidades de la vida, dos ojos que se miran sin entender que son lo mismo.

Pero rompemos el enlace, esa prisión entre dos miradas espejadas, y volvemos adentro, porque afuera hace frio, porque hay ojos desde la oscuridad de los cuales desconfiamos. La adversidad rodeándonos, pero el amor protegiéndonos. Somos atemporales, eternos como el sol.

El cielo cambia, las nubes se van corriendo por el viento, pero nosotros seguimos, resistiendo. Ojo, nosotros no somos los mismos, también cambiamos, porque es inevitable, porque la vida va dejando huellas, cicatrices, pero seguimos juntos, unidos en un abrazo inseparable y cálido iluminado por todos los atardeceres que alguna vez existieron. Porque con cada nuevo sol nosotros nacemos de nuevo. Con cada nuevo amanecer los ojos se abren por primera vez, y me maravillo al ver tus ojos cerrados al lado mío, todavía inconscientes de que todo va a volver a empezar, de que vas a amarme como el primer día en que nos miramos a los ojos.

Te tengo conmigo, siempre. No te vayas nunca.




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